Historia del pueblo pilagá

(adaptado de Matarrese, M. (2011), Capítulo II, páginas 73 – 82)

Delfín García, Sf en Campo del Cielo Viejo.

Los primeros registros del pueblo pilagá datan del siglo XVII. Ya desde el siglo anterior, España tenía intereses en la región del Gran Chaco al verla como un conveniente corredor de comercio hacia el Alto Perú, dentro del Virreinato del Río de la Plata (Trinchero, 2000). En el siglo XVII se organizaron campañas hacia el Chaco, en las cuales se crearon pequeños pueblos y fortines militares (Trinchero, 2000). Junto con los abipones, los mocovíes y los tobas, los pilagá constituían un grupo llamado ‘frentones’ por la costumbre de raparse la parte delantera de la cabeza. En los documentos creados en aquel momento por militares, misioneros, comerciantes y viajeros, aparecen menciones a distintos grupos aborígenes de la zona, entre ellos, los pilagá, que son nombrados en diversas fuentes históricas como Yapitalaguás, Zapitalagá (Boggiani, 1898: 619), Pitilagá (Azara, 1836: 396), Pitelahá, Pitaleaes (Morillo, 1837), Zapitalaguas; Zapitilingas (Del Techo, 1628: 295-296), Yadpitilaga, Apitolagas, Guaycurure (Métraux, 1946a; Palavecino, 1933a). Hasta mediados del siglo XX, las referencias a la denominación toba-pilagá no son claras. En muchos casos se refieren en realidad a una parcialidad toba hoy conocida como toba del oeste de Formosa (Fabre, 2006). Si bien algunas fuentes etnohistóricas ya distinguían a los pilagá de los tobas del oeste, los criterios para hacerlo no fueron uniformes ni constantes.

Cacique Garcete

Antes de la “conquista del Gran Chaco”, los pilagá y otros grupos guaycurú ocupaban la zona oriental de las actuales provincias de Chaco y Formosa (Métraux, 1946a). Durante el siglo XVII, los guaycurú llegaron a expandir vastamente su zona de influencia y a movilizarse militarmente contra otros grupos étnicos con los cuales tenían conflictos, como los maká y los nivaĉle y los wichí en menor medida. Esta expansión cesó a mediados del siglo XVIII con el comienzo de la “conquista y colonización del Chaco Austral” (Kersten, 1968: 117). Hacia fines de dicho siglo, los pilagá habitaban la zona de bañados y lagunas entre el río Pilcomayo y el Paraguay. L. Kersten sostiene que este desplazamiento puede haberse debido a la presión de los blancos que causó una migración desde el Bermejo hacia el Pilcomayo en el siglo XVIII (Kersten, 1968 y Métraux, 1946a).

Lejos de la capital del país, hasta fines del siglo XIX la zona del Chaco pudo mantenerse relativamente fuera de la influencia de Buenos Aires. Sin embargo, cuando Argentina ya tuvo un proyecto más sólido de Nación y un modelo económico más claro como agro-exportador, comenzaron los planes de extensión del dominio hacia el interior del país. Se implementaron políticas de sometimiento a todas aquellas poblaciones que no adhirieran a los planes de apropiación del territorio.

El fin de la Guerra del Paraguay trajo consigo una nueva delimitación de las fronteras estatales. Paralelo a esto comenzó la planificación de intervenciones militares para ocupar definitivamente los territorios chaqueños. A partir de 1880, la región fue blanco de políticas estatales sistemáticamente dirigidas a las poblaciones aborígenes con el objetivo de resolver “la cuestión indígena” y así concretar la ocupación de sus territorios y expandir la soberanía del Estado. Mientras que los gobiernos locales eran partidarios de políticas más respetuosas y amistosas con  los pueblos indígenas (en función de su experiencia, los tratos de mutuo acuerdo eran más productivos), el gobierno de Buenos Aires proponía medidas más agresivas y radicales basadas en la idea de que la zona del Chaco estaba habitada por “salvajes” cuyas tierras debían ser apropiadas por el Estado (Lois, 2002). Estas imágenes sirvieron para legitimar la ocupación a manos del Estado pero también de empresarios locales cuyos intereses también recaían en los territorios indígenas.

Ángel Paliza, Adolfo Navarrete y Virgilio García, 1984. Campo del Cielo.

La “Conquista del Desierto Norte”, ideada por J. A. Roca no fue menos cruel que la de la Pampa y la Patagonia (Lenton, 2010). Los aborígenes que no morían en enfrentamientos armados o producto de enfermedades eran enviados a los ingenios como esclavos u obligados a formar parte de las tropas de las guerras fronterizas, así como mujeres y niños eran enviados a centros urbanos como empleados domésticos de familias de buen nombre y pasar (Mapelman y Musante, 2010; Trinchero, 2000). Luego de esta “conquista”, el ejército realizó una última intervención en el Chaco entre 1884 y 1911, en la que cientos de aborígenes pilagá, toba y wichí fueron asesinados y muchos otros tomados prisioneros. Durante las primeras décadas del siglo XX, los gobiernos vendían a muy bajos costos e incluso entregaban gratuitamente las tierras a militares, inmigrantes, colonos y comerciantes. Así, mientras los indígenas perdían acceso a sus tierras y a sus recursos, los “colonos” ocupaban las tierras tradicionales indígenas y los obligaban a retirarse a las pequeñas porciones de tierra que de hecho hoy ocupan. Simultáneamente a la pérdida de sus territorios, el pueblo pilagá también tuvo que soportar prácticas de violencia y de discriminación permitidas y hasta ejercidas por el mismo Estado. Desterrados de su hábitat tradicional, muchos tuvieron que emplearse en sectores de mano de obra pesada en situaciones de explotación y trabajo semi-esclavo. La tala de madera, la extracción de tanino, las plantaciones de caña de azúcar y las plantaciones de algodón son algunos de los ejemplos tristemente recordados por los pilagá y muchos otros aborígenes de la región chaqueña.

 

FUENTE:

Matarrese, Marina (2011), “Disputas y negociaciones en torno al territorio pilagá (provincia de Formosa)”, Tesis Doctoral en Antropología, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Inédita.

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